MERITOCRACIA Y COSO

“Imaginate vivir en una meritocracia, donde el poder para que las cosas funcionen está en tus manos”. Divino. Que alguien me diga si conoce a una sola persona en esta puta vida que no quisiera tener la posibilidad de decidir el futuro del mundo. Bueno, estoy exagerando un poco, porque en realidad solo querían venderme un auto. Ahora, si me mostrás en primer plano el último modelo con la más avanzada tecnología y una parejita feliz con un tango de Piazzolla de fondo; introduzco con absoluta delicadeza mis banderas anti-consumistas en el bolsillo (por ser decoroso) y compro. Después cuando veo el precio recuerdo que acabo de sacar una tostadora en 18 cuotas y necesito ahorrar para irme de vacaciones a Las Toninas. Pero no importa, al menos ya pertenezco a ese estatus de clase media aspiracional. Y por si todavía quedaba alguna duda, terminan con un slogan que remata el ego: “Para los que no paran de progresar, para los que saben hacerse su propio lugar”.


Probablemente no lo recuerden, pero las frases corresponden a una polémica publicidad de Chevrolet que tuvo difusión a comienzos de 2016. Evidentemente los aires de nuevos cambios que se avecinaban no eran solamente políticos, también eran ideológicos. El discurso que provenía de los empresarios exitosos que acababan de llegar al gobierno procuraba darnos lecciones de ética y moralidad. Se direccionaba en el sentido de instaurar un prototipo de país en el cual con mucho sacrificio íbamos a tener la dicha de ser como ellos. Un mensaje que proyecta a la vida en una carrera en la que todos arrancamos desde el mismo punto de partida. Y dependerá de las capacidades individuales de cada uno para ganar la competencia. Un razonamiento ególatra que no hace más que pregonar la rivalidad entre pares, abstrayéndose de que vivimos en una sociedad que debería aspirar a funcionar en conjunto. Entonces, ¿Es legítimo el fundamento de la meritocracia?



Ojalá lo fuera. Porque en ese caso no solo sería legítimo, sino que también sería justo. Pero si lo aceptamos tal como nos lo quieren hacer creer, estaríamos desconociendo el contexto social, económico y cultural que nos rodea. No es comparable nacer en un barrio bonito de la Capital Federal con acceso a la educación y a las mejores comodidades; con nacer en un pueblito en el interior del Chaco donde no tenés zapatillas y con suerte comés dos veces al día. Incluso, si diéramos por descontadas estas abismales circunstancias, ignoraríamos los escollos que debemos atravesar como seres humanos. Quién no conoce un ejemplo de hermanos que por infinidad de razones personales toman rumbos distintos. O un amiga que se quemó las pestañas estudiando en la facultad y no consigue laburo porque no tiene contactos suficientes. Acaso me van a decir que están convencidos que los jefes que tienen hicieron méritos para ocupar ese cargo. Vamos, hablemos en serio, saquémonos las caretas. ¿Y las diferencias son únicamente de clase?


Ojalá lo fueran (Parte II). Podés tener aptitudes superiores que las de tu compañero y ganar muchísimo menos. Claro, para eso primero debés ser mujer. La discriminación tampoco excede al mercado laboral, por una misma tarea los hombres cobran hasta un 20% más. Y vos estás leyendo esto y quizás no te interesen demasiado los reclamos feministas por la igualdad, pero me pregunto si alguna vez te pusiste a pensar lo bien que le vendría a tu economía familiar ese porcentaje extra de dinero que le están relegando a tu pareja. O si sos el típico divorciado que resonga todos los meses cuando transfiere la cuota alimentaria, y se desentiende de una realidad que indica que la desocupación es extremadamente mayor en las mujeres y el trabajo mucho más precarizado. Pero esto no termina allí, la disparidad también se acrecienta en la repartición de tareas del hogar en desmedro de ellas. Por lo tanto quien defienda a ultranza el sistema meritócrata como un emblema de equidad, debería empezar por resolver las profundas desavenencias existentes, de clase social y género. ¿Y coso?



Coso es un término peyorativo que me encanta utilizar para desacreditar un dogma. Una chicana provocativa que pone en evidencia la falta de argumentos. Un eufemismo que intenta parodiar con sutileza un concepto que no posee sustento probatorio. En el caso de nuestro país me gustaría saber si los dueños de las pymes que se fundieron por la apertura indiscriminada de importaciones, pudieron considerar mientras bajaban la persiana, si el cierre era producto de que se estaban esforzando menos que antes. O será que no alcanza solamente con el sudor de la frente, y se necesitan políticas económicas por parte del Estado que protejan la industria nacional. Por último, quisiera llamar a la reflexión con una maravillosa frase del reconocido Premio Nobel de Economía, Joseph Stiglitz: “El 90% de los que nacen pobres mueren pobres, por más inteligentes y trabajadores que sean. Y el 90% de los que nacen ricos mueren ricos, por más idiotas y haraganes que sean”. Que el mérito iguale condiciones.


Cristian Mileto

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