LA ANGUSTIA DE INDEPENDIZARSE

“Deberían tener angustia de tomar la decisión, querido Rey, de separarse de España” dijo el entonces presidente Macri en su discurso del 9 de Julio de 2016, interpretando la sensación que según él podrían haber tenido quienes nos liberaron de la monarquía. Aquella famosa frase se me vino inmediatamente a la cabeza cuando en una de las últimas conferencias de prensa de Alberto Fernández, la periodista Silvia Mercado hizo referencia a la angustia que asedia a los argentinos ante cada extensión de la cuarentena. Este nexo (impensado) entre ambos mandatarios, me sirvió como disparador para exhibir una mirada sobre situaciones que vengo observando en un sector de la sociedad. ¿Y si Mauricio tenía razón?


Aclaración: lo del ex presidente no fue más que un disparate en su intención por congraciarse con el allí presente rey Juan Carlos de Borbón. Pero dejando de lado ese desatino, que resume muy bien lo que fue su gobierno, podríamos analizar el concepto de angustia de independizarse y relacionarlo a la pandemia. Para ello, primero debemos definir de qué tipo de angustia hablamos. No es equiparable la situación de una familia en condiciones de extrema vulnerabilidad, sin acceso a los servicios básicos, donde es imposible cumplir físicamente con la obligatoriedad del aislamiento. Comparada con la de los residentes de barrios privados, capaces de reclamar despojados de vergüenza una mayor flexibilización (esta vez no laboral), para que habiliten el ingreso de sus mucamas y jardineros. Ahora, corriendo de discusión estos polos sociales tan disímiles, ¿Dónde radica la angustia de quienes prácticamente no han perdido nada?


~ Nieblas cubren el parque,

ponen un velo que quita vida y da ilusión ~

Una rata muerta entre los Geranios

El Perfume de la Tempestad

Indio Solari


Segunda aclaración: todos hemos perdido un poco. Empezando por nuestras libertades, que en definitiva es lo más preciado que tenemos. En el plano económico muchos sufrieron suspensiones con recortes salariales significativos. Sin embargo existe un grupo, no menor, que ha podido continuar con sus tareas en la modalidad del teletrabajo. Esta nueva alternativa se incrementó exponencialmente desde el inicio de la cuarentena, alcanzando un 30% en todo el país. El beneficio de poder trabajar sin salir de casa evita las posibilidades de contagio, permitiendo que no se propague el virus. Y además tiene otra enorme ventaja, que es la de no perder tiempo viajando; se estima que aproximadamente el 50% de los empleados registrados en Capital Federal se trasladan desde la Provincia de Buenos Aires. Pero increíblemente, hay personas que no logran adaptarse al cambio y preferirían volver al viejo hábito. ¿Por qué nos genera tanta angustia independizarnos?


En primera instancia quizás exista una negación por encontrarnos con nosotros mismos. Nos quitamos un velo de normalidad al que solemos llamar rutina, que no sirve más que para distraernos de lo que realmente somos. Nos dimos cuenta que vivíamos autoengañándonos, fingiendo sonrisas mientras desarrollábamos una monotónica actividad. Que estábamos inmersos en una especie de “Síndrome de Estocolmo”, en el cual justificamos disposiciones de las autoridades que nos pisotean moralmente. Que atentábamos contra nuestra psiquis para defender el bolsillo de señores a los que no les conocemos la cara. Que éramos funcionales a un mercado cruel que nos contabiliza como un número más. Y no pretendo con este texto aventurarme a una idea revolucionaria llamando a la desobediencia, sería mi última intención. ¿Pero no será esta, una oportunidad inmejorable para cambiar las estructuras laborales?


Por qué no pensar en una reducción de la jornada laboral, sin que afecte en lo más mínimo la productividad de una empresa. O en asentar definitivamente el trabajo a distancia para quienes cuentan con esa posibilidad, permitiendo que puedan disponer de mayor tiempo libre con sus familias. Hasta podríamos conciliar una participación activa de los trabajadores en las ganancias de una compañía, y no solo ser variables de ajuste cuando caen los ingresos y nos recortan el sueldo. Lo sé, todo suena tan irreal que me van a decir que es imposible derribar un sistema ya establecido. Pero por algún motivo a alguien se le ocurrió que nuestro idioma diferencie las palabras quimera y utopía. La quimera es un horizonte extremadamente lejano, que termina desinsentivándonos ante la improbabilidad de alcanzarlo. Sin embargo la utopía tiene motivaciones reales, que nos estimulan a caminar día a día hacia un objetivo concreto. Que la próxima pandemia nos encuentre más independientes depende única y exclusivamente de nosotros. Es ahora.



Cristian Mileto


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