LO MATAMOS ENTRE TODOS
Estaba trabajando desde la cama. Era casi el mediodía, me levanté a prender la tele para ver la temperatura y escuché de refilón: “Maradona se descompensó en su casa”. Casi que no le di importancia, me fui al baño, aunque por las dudas dejé la puerta entreabierta. Lo tomé como una de las tantas veces en las que anunciaron que había muerto y al final era mentira. Además seamos honestos, este 2020 ya fue bastante sorete como para una noticia así. Mientras tanto, en el edificio no se escuchaba un puto ruido. Por primera vez desde que vivo acá podía oír retumbar el silencio. La tez de los periodistas se empalidecía con el correr de los minutos y los tonos de voz comenzaban a resquebrajarse. La mano derecha me empezó a temblar un poco, me pasa cuando estoy intranquilo. Me senté expectante frente al televisor esperando la desmentida, mientras pensaba que no podía ser cierto, pero que sin embargo algún día iba a ocurrir y debía estar preparado. ¿Qué tonto, no? ¿Quién puede estar preparado para la muerte? Evidentemente yo no. “Falleció Maradona” anunciaron. Y con él se murió una parte de mí, pensé.
La primera imagen que tengo de él
es del mundial 94’. Yo no miraba fútbol y poco podía entender de la vida faltando
dos meses para cumplir 6 años. Pero lo recuerdo patente, como si fuera hoy. Esa
conferencia de Diego cabizbajo, con la mirada perdida, rodeado de decenas de
micrófonos, hablándole a los argentinos luego de su doping positivo. Insisto,
yo era un niño, no podía dimensionar lo que estaba aconteciendo. Pero dentro de
mi inocencia, no dejaba de llamarme la atención el asedio de los periodistas a
un tipo que yo no sabía quién carajo era, pero que veía sufrir. Y me conmovió. Lo
interrumpían una y otra vez, sin importarles nada. Él hacía inconmensurables
esfuerzos para contener la angustia. Juraba por sus hijas que no se había
drogado, que no era cierto eso que decían de él. Y yo le creía, como me creía
mis mentiras cada vez que me retaban por algo y lo negaba a cara de piedra. Yo
sentí empatía por ese señor que estaba en la tele al que no conocía. Sentí que
era un par mío, al que acusaban injustamente. Y no paraba de pedir perdón, como
si fuera un chico que se mandó una cagada. Como yo.
El segundo momento que me marcó a
fuego ya me agarró más grande, más consciente. O no tanto. Yo me había hecho
muy fanático de Boca, fanático enfermo digo. Y por ende muy fanático de
Maradona. Era su partido despedida en La Bombonera, pero también era la
comunión de mi hermana, a la misma hora. Un despropósito del destino. Recuerdo
haber discutido una semana entera con mis viejos, que me intentaron convencer
con infinidad de argumentos lo importante que era para ella que yo esté ahí. Pensé
en mil excusas hasta el último instante en que me puse los zapatos. Pero era mi
hermana, la persona que más quiero y no le podía fallar. No me quedó más
remedio que ir a la Iglesia, pero me llevé la radio y entre cada rezo se podía
escuchar de fondo lo que ocurría en el otro templo, con el verdadero Dios. Terminó
la misa y corrí las 9 cuadras hasta mi casa como nunca corrí en toda mi vida. La
gente me miraba. Todavía siento la camisa blanca pegada al pecho de la
transpiración, casi transparente. Prendí la tele y ahí estaba él, frente a la
hinchada con la camiseta de Boca puesta llorando desconsoladamente. Otra vez
pidiendo perdón.
“Me podrán decir que estoy bien,
o que estoy mejor, o que estoy mejor que antes. Pero nadie está adentro mío. Yo
sé la culpa que tengo y no la puedo remediar.” le escuché decir en la que para
mí fue su declaración más sincera, en el documental que le hizo Kusturica. A
partir de ahí entendí que el Diego vivía con culpa y por eso se la pasaba pidiéndonos
perdón. Culpa por no haber podido ganar el mundial 90´. Por haber tomado
efedrina en el 94´. Por no haberse retirado como se merecía en Boca. Por haber
tomado cocaína. Por no haber sido el padre ideal de Dalma y de Gianinna. Por
haber estado tanto tiempo sin reconocer a sus otros hijos. Y quien sabe por qué
tantas otras cosas. La culpa es la mochila más pesada para un ser humano y él
la cargó toda su vida. Porque no vivió 60 años como indica su DNI. Maradona
vivió mil vidas en una. Cargó con la responsabilidad de salvar a su familia
desde que nació en Fiorito. Cargó con las desigualdades de una sociedad que acepta
sin inmutarse que haya chicos todos los días viviendo en la extrema pobreza.
Con la culpa de compartir un guiso con sus hermanitos, que no alcanzaba para
Doña Tota.
Y lo juzgaron. Como si nunca
nadie se hubiera emborrachado. Como si nunca nadie se hubiera drogado. Como si
nunca nadie fue infiel en la Argentina. Miraban a la cámara sin el más mínimo
pudor y lo juzgaban. Lo llevaron arrastrando a la cancha de Gimnasia para
sacarse una foto. Se metieron en su casa con un dron para filmarlo luego de la
operación. Estuvieron hasta ayer haciendo negocios a sus espaldas. Maradona
vivió preso de nosotros toda su vida. Y lo odian. Lo odian porque jamás podrán
ser tan libres como él. Les envenena la sangre la libertad de un negro bien
villero que se cagó toda la vida en ustedes, en sus prejuicios y en su mala
leche. Y como dice la canción de Manu Chao: “Si yo fuera Maradona, viviría como
él”. Porque no hay otra manera posible de vivir siendo Maradona. No hay nada
que se hubiera podido hacer mejor viniendo del lugar del que vino y viviendo en
este mundo de mierda. Fue incorrecto, contradictorio, altanero, egocéntrico y testarudo.
Pero también fue noble, sensible, espontáneo, solidario y patriota. Y por sobre
todas las cosas fue nuestro. Fue el más argentino de todos nosotros.
“A mí no me importa lo que Diego
hizo con su vida, me importa lo que hizo con la mía” pregonaba el Negro Fontanarrosa.
Hoy vuelvo a escribir luego de 2 meses, después de la última nota había decidido
dejar. Mucho trabajo, mucho estrés, mucho cansancio. Definitivamente para
dedicarse a esta profesión hay que disponer de un tiempo del cual carezco. Pero
al escuchar la noticia no pude hacer nada más que apagar la tele y sentarme a
escribir, a modo de catarsis. Mientras siento sobre los labios el gusto salado
que dejan las lágrimas que estoy masticando desde hace un rato. Mientras veo al
sol asomarse por la ventana luego de un día gris y me percato de que llevo casi
6 horas frente a la compu. Todavía se oye el silencio de la calle. No dejo de
imaginarme lo que va a ser el funeral. Tengo la sensación de que no se fue un
jugador de fútbol, a todos se nos murió un familiar muy querido. Se nos murió
el Diego, se nos fue. Lo matamos entre todos. No lo supimos cuidar. Esta vez
los que te pedimos perdón somos nosotros. Solo puedo encontrar consuelo
sabiendo que ahora estás en paz, allá arriba, con tus viejos. Te vamos a extrañar
loco.
Cristian Mileto
La mejor nota que leí sobre "Diego", felicitaciones Cristian.
ResponderEliminarMaldito sea el sabor salado en los labios. Es contagioso y lo trasmitís en cada oración que emociona hasta las lagrimas. Felicitaciones
ResponderEliminarMuchas gracias ❤
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