LA MODA DEL ODIO
Luego de la crisis del 2001 la debacle económica impactó fuertemente sobre los medios de comunicación y principalmente en la televisión. El denominado “periodismo de espectáculos” cambió los romances de la farándula por programas de debates de panelistas desconocidos en busca de un solo objetivo: el rating. La caída del presupuesto de los canales habilitó la masificación de este tipo de contenido y afloraron en nuestras tardes personajes como Jacobo Winograd, Guido Süller y Zulma Lobato. Inmediatamente el nuevo estilo se trasladó al fútbol, donde se hizo a un lado el análisis táctico para dar lugar al griterío de periodistas partidarios que se comportan como verdaderos barrabravas. Y ante el éxito indiscutible de este formato, el periodismo político lo terminó por incorporar en el 2008 a raíz del quiebre entre el Peronismo y el Grupo Clarín, desatado por el conflicto con el campo. La violencia verbal fue escalando a niveles inusitados, retroalimentada por periodistas cebados en su afán de obtener una visibilidad que replica favorablemente en sus cuentas bancarias. ¿Qué hubiera pasado si mataban a Cristina?
El jueves 1 de septiembre de 2022
se produjo el hecho institucional más grave desde el retorno de la democracia en
la Argentina. Un hombre, llamado Fernando Sabag Montiel, intentó asesinar a la
Vicepresidenta de la Nación en su domicilio del barrio de la Recoleta, con una
pistola Bersa de calibre 32. Por motivos que aún se desconocen, afortunadamente
el disparo no salió y el destino le dio a nuestro país la posibilidad de evitar
un estallido social de un alcance inimaginable. El magnicidio contra Cristina Kirchner
hubiera apagado la última luz de esperanza que tenemos quienes aún confiamos en
la democracia como sistema político. Posteriormente casi todo el arco opositor
se solidarizó con la mandataria de manera responsable (aunque poco genuina), a
excepción de Patricia Bullrich y Javier Milei. Pero la mesura se esfumó en
pocas horas y la oposición; que marchó en reiteradas ocasiones pidiendo
justicia por el fiscal Alberto Nisman y argumentando que lo habían matado pese
a no presentar ni una sola prueba; acusó al Gobierno de decretar un feriado con
fines partidarios. Y Cristina pasó de víctima a victimaria. ¿Qué hacemos con
la grieta?
La Real Academia Española define
a la palabra grieta como “desacuerdo que amenaza la solidez o unidad de algo”.
Ahora bien, ¿la democracia justamente no tiene como fin dar debates entre distintos
sectores para lograr acuerdos? ¿la solidez no se construye con el intercambio
de opiniones aceptando la confrontación sin romper lo que nos une? Si entendemos
por grieta a dos bandos que se enfrentan violentamente, entonces es nociva.
Pero también podríamos dejar de lado ese concepto naif y apolítico de ser un
país con un pensamiento único y asumir que se puede convivir incluso con
quienes no comparten nuestros ideales. El fanatismo de los que militan activamente
por una causa no impide que puedan litigar sus contrapuntos con movimientos que
defienden un interés contrario. Es cierto que los exabruptos provienen de ambos
lados, pero no con la misma masividad ni con la misma agresividad. No saber
diferenciar esto, invisibiliza la radicalización de la derecha y permite el
avance de discursos de odio que terminan instigando a una persona a cometer un
homicidio. ¿Por qué se derechizó la sociedad?
El corrimiento hacia la derecha
no es patrimonio únicamente de los argentinos, sino un fenómeno mundial. En España
por ejemplo, la ultraderecha llamó a desobedecer las restricciones de la
pandemia y así sumó tal cantidad de adeptos que arrasó en las elecciones en
Madrid del año pasado. En Alemania, grupos neonazis resurgieron para enfrentar
las medidas sanitarias determinadas por la referente política más respetada de
las últimas décadas, Angela Merkel. En “la cuna de la libertad”, el ex
presidente estadounidense Donald Trump instó a sus seguidores a tomar el
Capitolio en un claro intento de golpe de estado. En nuestro país vecino, el presidente
Jair Bolsonaro dijo que no va a reconocer una eventual derrota en los comicios
que se van a llevar a cabo en Brasil el próximo 2 de octubre, aduciendo que
va a haber fraude pese a que es su propio gobierno el que debe controlar. El
deterioro del debate público, el fogoneo constante a cualquier costo, la “twitterización”
de la política y la deshumanización de la sociedad civil terminaron
desembocando en el más temido de todos los males: la moda del odio. Sin piedad.
Cristian Mileto
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